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Frida y yo

Frida Kahlo“Preciosa imagen –me comenta- se le ve joven y serena. Nada atormentada, como sí lo fue después”.

Me lo escribe y del otro lado del frío cristal de la computadora, mi expresión serena se torna atormentada.

¿Dijo algo sobre Frida? ¿Dijo algo sobre mí? Me confundo. Me mezclo.

Frida Kahlo me renace. Me duele. Me hipnotiza. Me desvela. Me revive, o la revivo.

Guardo sus fotos con recelo. Voy a su casa, ahora convertida en museo, solo para quedarme un rato en su jardín. Quieta. Me aprendo sus trazos, sus apuntes. Admiro sus pinceles, sus libros. Y vuelvo al patio a tomar aire. Dentro, en un cofre junto a la cama, están sus cenizas.

Silencio. ¿Cómo vas a decir de tormentos si no sufriste lo que ella, si no viviste lo que ella?

Ese pedazo de Coyoacán fue el primer lugar que quise visitar de México. Y también el primer lugar donde lloré. La Casa Azul.

─ Si muero en México –le dije a una amiga- quiero que me incineren y me rieguen en el patio de la casa de Frida Kahlo.

─ Eso es ilegal.

─ Pues no te preocupes, cabré en una bolsita. Ahí me pones, con 40 pesos te compras el boleto de entrada, y cuando estés entre los árboles, abres la bolsa y me esparces. Nadie lo notará.

─ ¡Loca!

Hojeo el facsímil de su diario íntimo. Me detengo en sus citas:

“Yo solía pensar que era la persona más extraña en el mundo, pero luego pensé, hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de la misma forma en que yo me siento. Me la imagino, e imagino que ella también debe estar por ahí pensando en mí. Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú”.

Sí, estoy aquí. Leyéndola.

“Cada (tic-tac) es un segundo de la vida que pasa, huye, y no se repite. Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es sólo saberla vivir. Que cada uno resuelva como pueda”.

Frida Kahlo. O yo. Ya no sé quién escribe. Quién lee. Quién pinta. Quién vive.

Me revive, o la revivo.

Botellas al Mar.

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