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ISLITAS DENTRO DE LA ISLA

Cine cubano El otro día aludí al interesante texto de la periodista camagüeyana Yanetsy León, a propósito del “Primer Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales”. La verdad es que me parece un artículo muy incisivo y que invita a prolongar el debate. En ese espíritu formulé las siguientes observaciones, las cuales fueron publicadas hace un par de días en el sitio Progreso Semanal.

ISLITAS DENTRO DE LA ISLA

El “Primer Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales” celebrado en la ciudad de Camagüey los día 11 y 12 de febrero del presente año, propició que se escribieran varios artículos valorativos.

De esos textos escritos con posterioridad, uno de los que más me ha interesado es el firmado por Yanetsy León con el título “El callejón de la porfía”. Texto provocador y nada complaciente en sus evaluaciones, incluye segmentos donde consigue anotar ideas tan lúcidas como estas:

“Mucha teoría y poca práctica afloraron como el señalamiento cardinal a una iniciativa que entre lo posible y lo realizado, siguió siendo proyecto por consumar, por la terquedad –asentada, confiemos que solo en el inconsciente– de obrar cada cual en su finca.

La pretendida construcción de una agenda de acciones para la comunidad hubo de pasar a plano secundario, porque la potencia inteligente anda fragmentada y corta de visión de las ganancias sociales, viables e infinitas hasta en sus más rudimentarios soportes”.

Esta valoración, en esencia, coincide con la imagen que ha quedado en mí luego de celebrado el Encuentro. Una imagen que asume la forma de un mapa (o maqueta como ya tiene la ciudad) donde veo un montón de islitas habitadas por brillantes nativos digitales, y también no nativos que sienten lo digital como la más poderosa herramienta con que cuentan hoy los humanos para su desarrollo, pero rodeadas cada una de esas minúsculas islas por el viscoso mar del pensamiento analógico. De allí que haga mía esa observación final de Yanetsy León: “Todo fluyó con extraordinario apego al ser analógico que somos, y que superponemos en porfía al emergente digital”.

Ahora bien, la constatación de ese estado de cosas, a todas luces negativo, no ha de verse como algo definitivamente paralizante. En tal sentido, quisiera recordar que el encuentro no fue concebido como algo que, gracias a un clic mágico, permitiría resolver los inmensos problemas que, dado el dominante analfabetismo tecnológico, vamos sufriendo a la hora de modernizar nuestra relación institucional con la cultura audiovisual y las tecnologías digitales. En todo caso, este primer encuentro nos ha servido de diagnóstico revelador, suerte de guía que nos permite trazar una estrategia futura dirigida a concebir el escenario práctico.

Quizás se piense que algunos de los males advertidos ahora (el finquismo al que alude Yanetsy León) era algo que ya se conocía. Estoy de acuerdo: la falta de una sinergia verdaderamente creativa, ya ha sido señalada como una de las causas principales de nuestro atraso a la hora de entender la revolución tecnológica. Y esto nos lleva a una conclusión que algunos estudiosos señalan como uno de los factores claves en la permanencia de la brecha que todavía divide a los humanos vinculados al universo digital: tan importante como es la posibilidad de acceder a las tecnologías o a la alfabetización, lo sería la actitud que se muestra ante ese mundo.

Algo de esa actitud decimonónica se puso de manifiesto ahora: las instituciones (a diferencia de los no estatales que presentaron sus experiencias) ni siquiera sueñan con establecer alianzas en lo público (entiéndase plazas, parques, etc), que es donde ahora mismo (según investigaciones del Centro Juan Marinello) ocurren los mayores trasiegos de bienes simbólicos adquiridos a través del consumo cultural. Cada una de esas instituciones sigue pensando en su nicho institucional acorde al pensamiento analógico que las formó hace un siglo: no importa que esos nichos se llenen de artefactos de última generación; el pensamiento (que es al final el que dictamina para qué se usan esas modernas herramientas) ha seguido siendo del siglo XX, por no decir XIX.

Pero es allí exactamente donde comienza realmente el verdadero desafío para quienes apuestan por el desarrollo armónico de la informatización de la sociedad y la ciberalfabetización de la misma. Hay que esforzarse en construir desde la práctica esa comunidad de intereses que, inevitablemente, nos llevará a establecer marcos teóricos que ayuden a encaminar mejor las estrategias.

La mentalidad que hoy domina al grueso de las instituciones y entes que trabajan dentro de la ciudad con las nuevas tecnologías, no renunciará a esa visión municipal que piensa en “la finca” y “desde la finca” con el mismo orgullo del aldeano vanidoso que reprobaba Martí, si antes no se crean las condiciones para que sean las mismas prácticas (novedosas, dinámicas, interactivas, sistemáticas) las que demanden un cambio de visión institucional.

Hay que decirlo por lo claro: hoy de lo que estamos siendo testigos es de una guerra donde van pugnando una manera vieja y otra absolutamente nueva de representarnos la realidad. Es decir, las realidades últimas que condicionan nuestros comportamientos biológicos, afectivos, etc, siguen siendo idénticas a las del individuo que vio nacer al cine hace más de un siglo, pero los modos de establecer los vínculos con esas realidades son los que han cambiado de un modo radical. Y para que esos cambios sean asumidos con naturalidad, se necesitan que los viejos hábitos sean desterrados de lo cotidiano, y ello, no nos engañemos, no ocurrirá de un día para otro.

¿Qué pareciera que nunca lograremos esa ansiada ciberalfabetización? Tampoco al principio de que surgiera el cine parecía que este iba a alcanzar alguna vez respeto por parte de las élites que gustaban de las bellas artes. Y la fotografía fue bastante vapuleada por hombres tan ilustres y renovadores como Baudelaire.

Y es que se supone que todo lo nuevo siempre generará un sinnúmero de intransigencias, incluso en aquellos que en sus tiempos mozos apostaron por lo que, a su vez, era nuevo e incomprendido. De allí la carrera de resistencia y con obstáculos en que se convierte la defensa de lo que, asociado al cambio tecnológico, está por venir. Es decir, quien se embarca en estas lides sabe que tal vez no le alcance la vida para ver con sus ojos algunos resultados. Aspirar a que el apagón del pensamiento atado a lo analógico llegue a la par que el punto de giro tecnológico, es vivir en el autoengaño: incluso en los nativos digitales hay mucho de pensamiento disyuntivo.

Por eso la frustración llevará a que no pocos terminen por rendirse, pero quizás haya sido Edison, uno de los individuos que a lo largo de la historia de la humanidad más se empeñó en hacer del uso creativo de las tecnologías una tradición, el que aportó lo que todavía suena a estimulante lema: “Yo empiezo donde el último hombre ha abandonado”.

Juan Antonio García Borrero

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