Viendo una película de dibujos animados no pude dejar de fijarme en un bicho carroñero, antihéroe de la historia, que viaja por los cielos del Cretácico con una banda de secuaces, aprovechando los ciclones para cazar y comerse a los animales medio muertos que van quedando tras la tempestad.
Su máxima de vida es “la tormenta provee”.
El bicho en cuestión mete miedo: mi hijo se espanta, y me espanto yo. Nada hay tan asqueroso en la vida como un hijo de puta que se vale de la desgracia ajena para engordar.
Lamentablemente en esta Cuba que cambia y se expande, se expanden también los límites del atrevimiento moral de algunos, y se pone de moda la captura selectiva en tiempos de tormenta.
Cabrones siempre hubo, pero en mi corto tiempo sobre la Isla no recuerdo haber atestiguado una época con tantos cuentos sobre timos como esta.
Primero están los estafadores de viejitos en el cajero automático: esperan en los alrededores de los cajeros, velan que los ancianos hayan sacado la mísera suma correspondiente a una pensión de jubilado, y luego se les arriman en las congestionadas multitudes de la cola de la guagua para carterearlos.
Para un pensionado cubano corriente, la pérdida de su mensualidad de entre 15 y 30 dólares, por minúsculo que pueda parecer, es siempre una puñalada directo al corazón.
También están los que se aprovechan del creciente turismo, y andan por ahí dándoselas de expertos en Historia de Cuba, con un álbum cheo lleno de imágenes de mártires de la patria y fotos antiguas de la ciudad.
Para esta floreciente modalidad del “guía turístico” lo mismo fue Ignacio Agramonte quien que se alzó en La Demajagua, que la figura femenina de tetas al aire que custodia su monumento en el parque de Camagüey corresponde a su esposa Amalia Simoni.
Asimismo, pululan los “arregladores de celulares” que toman ventaja de la urgencia del “ahoga’o” y compran un teléfono en 40 dólares para luego revenderlo en 90. No son todos, pero muchos de ellos llevan una competencia en la que gana el que más saque en la transacción, en detrimento del infeliz que vende.
Y no es que el regateo comercial propio del mercado tengo algo de malo, pero hay que verlos hablando para entender el espíritu siniestro que subyace en el acto. Para ellos, el negociante exitoso es aquel que más barato logre comprarle el Samsung a ese “viejito comemierda que no sabía lo que traía en las manos”.
Otra variante contemporánea de estafa parcial ocurre en los parques y plazas donde hay wifi de ETECSA—que por más que la empresa insista su wifi de “público” no tiene nada—. Estos asesores de poca monta cobran 1 CUC por enseñar a la gente “a conectarse”, lo cual es encender el wifi y seguir los pasos lógicos que indica una notificación automática… ¡Como si no fuera suficiente ya con el atraco legal de ETECSA!
Hace poco supe de otro caso de estafa vinculado a los servicios de esa empresa. Se trata de hacerse pasar por Agente de Telecomunicaciones y llamar a una vivienda aleatoria (cuyo número telefónico y nombre del propietario aparecen en la guía). Luego, si el que responde no es el dueño, el estafador dice que está autorizado por este a cobrar la factura del mes, cuyo monto exacto es posible conocer marcando el 112 sin necesidad de probar que uno es el dueño del número.
Con el único operador de telecomunicaciones de Cuba no hay privacidad del cliente que valga. ¿Quieres saber, por ejemplo, en qué día, mes y año nació esa actriz de edad ignota? Pues con su número “privado” y una aplicación de androide muy popular en la Isla basta para saber esto y mucho más. ¡Acosadores del mundo, venid, que aquí está su paraíso!
Pero quizás el más doloroso ejemplo radica en el uso de billetes falsos de CUC, cosa que se ha popularizado bastante.
Al pobre Adalberto le dieron a vender una cámara fotográfica en 200 CUC, y a los tres días se la compraron…con 10 perfectas imitaciones del billete de 20. Y cuando Migdalia vendió el televisor pantalla plana que le habían traído de afuera, la mitad de la transacción se la colaron en billetes falsos.
Dicen que mediante un proceso químico los falsificadores lavan los billetes de CUP o Moneda Nacional, y luego les imprimen encima las imágenes del CUC, lo cual resulta en un billete con marcas bastantes similares al original, difícil de descubrir por alguien sin mucha pericia.
Ante la arremetida de este tipo de fraude no hay protección suficiente al ciudadano: ni los bancos ni la prensa parecen darse por enterados.
Una sencilla nota de alerta en el periódico rojo, por ejemplo— en sustitución de cualquier texto inútil— pudiera ahorrarle la desesperación pos-timo a unos cuantos por ahí. Pero no, al parecer sigue siendo preferible aparentar que todo marcha viento en popa, que el Hombre Nuevo siempre es bueno, incapaz de estafar nadie, y que viaja por la tormenta repartiendo solidaridad.
Columna Reflexiones Circunspectas de Alejandro Rodríguez Rodríguez para Cubanos por el Mundo