in ,

Conclusiones heréticas

Nuevamente el emblemático Casino Campestre acogerá la versión camagüeyana de la Feria del Libro. Foto: Miguel Febles Hernández

f0057445A finales de mayo fuimos convocados a una reunión en la UNEAC para informarnos del déficit presupuestario que dejó la Feria del Libro en Camagüey este año. Estuvimos presentes algunos de los 26 escritores inscriptos en la citada organización, otros intelectuales más y el personal del Instituto del libro y la Editorial Ácana.

Fue una reunión a corazón abierto, o al menos ese fue el propósito del director. Él quería conocer las opiniones de todos y cada uno de nosotros; del por qué las ferias del libro han entrado en una fase declinatoria que es posible las haga desaparecer (el concepto en negrita y cursiva es mío). Y se lamentó además de que, a pesar de todos los esfuerzos del Instituto, es posible demoren un poco más los pagos de actividades que sirven de paliativos económicos. Estas actividades son conversatorios, presentaciones de libros y toda esa gama de diligencias promocionales que mantienen viva a la cultura provincial.

El director insistió en la franqueza. Pero todavía en Cuba no ha llegado la hora de decir la verdad “sencilla y naturalmente” que promulgó el Maestro. Se dijo algo, es cierto; pero nadie se atrevió, –incluyéndome a mí– a exponer algunas razones que bien podrían dar luz a esos “por qués”.

Alguien culpó a los medios de difusión masiva por reducir su apoyo a las promociones de venta. Otro, la poca colaboración de los escritores a impulsar la comercialización de sus propios libros. Se escuchó la propuesta de un año sabático: detener las publicaciones hasta que se vendieran los libros en almacenes, como si los ejemplares de papel fueran papas en un frigorífico. No faltó quien propusiera llevar la librería a donde se aglomera el público, o sea, a los mercados de alimentos. ¡Imaginemos unos libreros en el Mercado del Hueco, un domingo, boinas negras de por medio, con anaqueles de libros frente a la cola de los pollos y los huevos!

Por lo que a mí respecta, tan herético como se me mira, di mi opinión basado en dos frases célebres, muy añosas por cierto, del Comandante en Jefe: La número uno: “La cultura es lo primero que hay que salvar”. La número dos: “Los libros baratos y la cerveza cara”. Luego de haber expuesto estas dos frases lapidarias, opiné que el Ministerio de Cultura debería hacer como México, Francia y otros países con Cuba: condonar el déficit de la Feria para no afectar a los escritores. Hubo un participante que me requirió porque esa reunión no era para estar hablando de condones. Sugerí, además, que la fábrica de cerveza Tínima de esta ciudad, llevando a contexto la segunda frase del Comandante, muy bien podía hacer un donativo de uno o dos millones de pesos de sus vastas utilidades para la cultura provincial. No perdamos de vista que el precio de la cerveza en Cuba está muy por encima de su costo.

Este es el esqueleto de aquella reunión. La verdad de esta crisis financiera en el Instituto del Libro, pensando como buen “herético” que soy, radica en la otra esquina. ¿Se ha tomado en cuenta que ya los libros no son tan baratos como hace treinta años? El ejemplar que costaba sesenta centavos, hoy vale veinte veces más, mientras los salarios apenas se han duplicado desde aquella fecha; o sea, hay un abismal salto en los precios de los libros de acuerdo a los sueldos de la población. ¿Se ha pensado objetivamente a la hora de llevar a cabo una publicación, lo que el público desea adquirir? Allí se constató que el pueblo compra en la feria libros infantiles, diccionarios, manuales de cocina –masoquismo ciudadano ante el escaso material para las recetas–, y autores muy críticos al sistema como Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez que, por cierto, apenas salen a la venta. Al parecer otro herético como yo, con potestad directiva, publicó este año a 1984 de Orwel, y voló. Se agotó apenas se supo de su existencia. Esto me proporciona otra interrogante: ¿Cómo un pueblo que se supone desconoce a Orwel por completo compró ese libro?

Los escritores contemporáneos no escriben policiacos, y si lo hacen es tanta la carga política oficialista como en los seriales televisivos, que se tornan inverosímiles. Allí los agentes del orden son perfectos. Nada que ver con el Mario Conde de Padura. Y si algún otro herético se manda a escribir una novela donde los policías de un punto de control le escamotean quesos, leche, mariscos e infinidad de productos al viajero, amparados en que son artículos ilícitos, pero luego se los llevan para sus casas y los disfrutan impúdicos, no hay consejo editorial de Cuba que se atreva a publicarlo. Y eso sí es verosímil.

Los textos políticos pululan, pero muy pocas personas los compran. ¿Será que a nadie le interesa mucho ese tipo de literatura? Pero eso no podía decirlo yo en aquella asamblea, pues no tengo madera de Jesucristo. Aquí corro el riesgo, pero me ampara la posibilidad de doblar a Galileo.

¿Qué se le da a un niño hambriento? ¡Un biberón de leche! ¿Qué a un pueblo que se lamenta? ¡Algo para que ría y lo saque del bache! He aquí la fórmula. Edítense cuentos humorísticos, novelas eróticas, ensayos críticos de la situación que vive la ciudadanía y verán los estanquillos quedarse vacíos…

Pero, eso sí; téngase siempre presente que: “Ni escribe el escritor, ni habla el orador, ni medita el legislador, sin libertad. De obrar con libertad viene obrar con grandeza”.

Por Pedro Armando Junco López

Written by Pedro Armando Junco López

Pedro Armando Junco nace en la ciudad de Camagüey, Cuba, el 6 de noviembre de 1947. Hijo de un hacendado de clase acomodada, cursa la enseñanza elemental y media en el Colegio Episcopal de San Pablo en esta ciudad. Luego del 1959 pasa a ser Maestro Popular, pero continúa sus estudios de manera autodidacta.

One Comment

Leave a Reply

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Cuba cae en el segundo juego de voleibol ante el equipo de Estados Unidos

Esta abuelita utilizó lentes de realidad virtual y mire lo que paso (+VIDEO)