A finales de la década del veinte; para ser más preciso: en el año 1929, un joven norteamericano llega a Camagüey procedente de Tennessee con la misión de promover la religión anglicana –extraño aparecimiento que dentro de las ramificaciones del cristianismo tuvo lugar en Inglaterra durante el reinado de Enrique VIII–. Se había graduado de filosofía y letras en la Universidad Episcopal en su natal Tennessee. Venía casado con Mari E. Brants y ya les había nacido la pequeña Virginia. Acá les llegarían Mariana, Martin y Sally. Su nombre era: Paul Alexander Tate.
Ardua tarea aquella de evangelizar una religión casi desconocida en Cuba, debido a que esta observancia es acaso una mezcla del catolicismo romano y el cisma luterano del siglo XVI, solo representada a nivel de obispos que, hasta hoy, mantiene como sede principal el Arzobispado de Canterbury en la lejana Inglaterra.
Pero el joven Paul Alexander es un mozo decidido, culto, consciente de la misión que le han encomendado. Bien conoce del escaso desarrollo educacional en Cuba a solo dos décadas de su independencia; de lo relevante que sería una buena enseñanza para los criollos que ahora gozan la felicidad de una insipiente república. Camagüey es, en esta época, la provincia menos poblada del país, eminentemente agrícola; sus inmensas llanuras son el requisito indispensable para convertirla en la principal ganadera y cultivadora de la caña de azúcar. Debido a eso, el grueso poblacional radica en el campo. Y gran parte de sus campesinos despuntan ya con insipientes capitales, por lo que les urge la educación de sus muchachos.
Sin embargo, no le sería fácil al joven norteamericano traer a sus aulas los hijos de una población de mayoría católica. Pero creó un lema: “Dignidad moral y capacidad mental en cuerpo disciplinado”, acaso un recordatorio del axioma Mens sana in corpore sano de Juvenal.
Se ubica en el reparto La Vigía, hacia la parte norte de la ciudad. Funda su colegio en una casa particular que le facilitan, en la intersección de la calle Artola con Avenida de los Mártires. También erige un templo. Ambas instituciones habrán de llevar nombres homónimos: colegio e iglesia Episcopal de San Pablo.
Transcurre el primer mandato de Gerardo Machado: cuatrienio presidencial magnífico, antes de resultar dictadura. En ese gobierno se erradicaron, con mano férrea, los cuatreros; se llevaron a término obras monumentales que hasta hoy perduran, como son el Capitolio y la Carretera Central; se promovió la
inversión extranjera. A solo dos años de su llegada a Camagüey Mr Tate (como habrían de llamarle en lo adelante) edifica la novedosa iglesia y, aledaña a esta, su colegio. A este centro educativo le está permitido matricular estudiantes de cualquier denominación religiosa, ricos y pobres, negros y blancos, hembras y varones, segregaciones habituales en otros centros de enseñanza privados. Su disciplina es recta, pero generosa. Se cursa desde el kindergarten hasta el octavo grado.
El mayor castigo para un educando descarriado consiste en unos escobazos simbólicos en las asentaderas, correctivo que solo puede efectuar el director personalmente, y al que nadie quiere llegar por la vergüenza ante sus compañeros. Sus maestros asisten a las aulas impecablemente vestidos, mientras el uniforme del alumnado es muy sencillo: blusa blanca con falta gris para las hembras y pantalón y camisa gris, sin corbata, para los varones. El monograma sí es obligatorio: las banderas de Cuba y Estados Unidos entrelazadas sobre la cruz del cristianismo. La retribución es ínfima; y en ocasiones cuando algún padre de familia no puede sufragar los honorarios, el colegio educa al estudiante de forma gratuita. Es un privilegio suyo el haber creado el primer rincón martiano en un colegio de esta ciudad. Corre el año 1931.
Ya en 1938 la embajada de su país lo nombra cónsul, cargo que facilita cualquier tramitación burocrática sin la necesidad de viajar a La Habana. En 1951, por su incesante actividad pública en beneficio ciudadano, se le nombra presidente de Acción Cívica Camagüeyana. Y desde ese pedestal hace sobresalir al reparto La Vigía acaso como el más importante de la ciudad. Desde esta institución crea un periódico de 5000 ejemplares por tirada. Por último, el ayuntamiento de Camagüey lo nombra Hijo adoptivo de la ciudad.
Después del triunfo revolucionario de 1959 las cosas cambiarían. Ya Mr Tate estaba viejo. Treinta años ininterrumpidos formando hombres y mujeres que hoy lo veneran en cualquier sitio del planeta, pues la mayoría de sus educados han emigrado y vagan por el mundo, como él mismo se vio obligado luego de la explosión de La Coubre.
Su colegio fue “nacionalizado” y hoy solo pervive la pequeña iglesia con acaso una veintena de feligreses. Por demás, los terrenos propios al costado del templo Episcopal han sido invadidos de manera ilegal e irrespetuosa por una familia que se ha instalado dentro de sus predios, mientras las autoridades correspondientes cierran ojos y oídos al reclamo del religioso que oficia los domingos la hermosa ceremonia de la religión anglicana.
Paul Alexander Tate regresó a su país enfermo del espíritu, con la añoranza de su segunda patria. Regresó a Estados Unidos y allí murió, dejando solo una estela de recuerdos hermosos en el corazón de quienes fuimos sus alumnos y de otros muchos que lo conocieron y lo trataron.
Gracias , muy interesante