Cuando Tita habló con su joyero para que le hiciera una isla de Cuba, con piedras preciosas, para colgar de su cadena, nunca imaginó que la usaría solo un par de horas.
Tita llegó a Miami a principio de los 60’s. Se afincó a esta tierra que hizo suya, pero sin dejar de amar nunca su Cuba. Educó a sus hijos, los preparó para la vida, les trasmitio su amor por Cuba; ustedes son cubano-americanos, no olviden nunca que son ante todo, ¡Cubanos!.
Ayudó a criar a sus nietos, los cuidaba como leona amantisima. Sus nietos eran productos de esa mezcla de nacionalidades que es Miami. Ellos a pesar de mezclas y de no haber estado nunca en Cuba, decian con orgullo que eran cubanos.
El día que Tita recogió en la joyería su Islita de Cuba, fue directo a casa de su hijo a enseñársela. Cuando llegó a casa de su hijo, su nieto menor se enamoró de la islita dorada con destellos rojos y azules que colgaba del cuello de su abuela.
-Tita, Tita, yo la quiero, yo quiero llevar esa islita siempre conmigo.
Todos miraron a Tita, esa era su obra, ella era quien habia mantenido vivo en la familia el amor por Cuba. Juanito siempre decia que era cubano, se burlaba de actas de nacimiento y de mezclas. Amaba a Cuba como si hubiera nacido al sur, entre palmas y cañaverales, correteando por esas calles habaneras. Tita no pudo resistirse y colgo, feliz y orgullosa, del cuello de Juanito, su cadena con la isla de Cuba. Juanito sonreía feliz, como si tener a esa Islita colgando de su cuello, fuera a cambiar su vida definitivamente.
Esa noche Juanito fue a dormir temprano, cuando amanecio sus ojos brillaban y su sonrisa tenia algo nuevo, un destello de felicidad que la iluminaba.
A los meses, Tita decidio llevar a sus nietos a conocer a Cuba. Le escribio a Pancho, su amigo de la infancia que vivia en una finca en las afueras de La Habana. Le contó de sus nietos y de su amor por Cuba, queria pasar con ellos una semana en esa finca donde ella y Pancho pasaron su niñez. Vengan cuando quieran, los estaré esperando, fue la respuesta de Pancho.
Tita llegó con sus nietos, se bajó del auto y corrió a los brazos de Pancho.
-Mi hermano, que ganas tenía de verte y de volver a ver a esta tierra.
Se inclinó y beso la tierra, la acarició suave e intensamente, como quien rinde cuenta de ausencias y lejanías.
Pancho les dijo a todos.
-Vamos a comer algo y despues los acompaño a ver la finca.
Juanito sonrio enigmáticamente.
– Si, tengo ganas de volver a ver el pozo y tomar de su agua fresca, tambien quiero volver a correr por el camino rodeado de palmas y comerme un mango de la mata enorme que esta al lado del cañaveral.
Tita miro a Pancho y a Juanito, no podia creer lo que escuchaba.
-Pero niño, si tu nunca has estado aqui, como sabes del pozo y el camino con palmas y de la mata de mangos. ¿Que broma es esta?
-¿Recuerdas cuando me regalaste esta cadena con la Islita de Cuba? Esa noche al dormirme, tuve un sueño que fue real. Estuve aqui, caminé toda esta finca, tomé agua del pozo y me comí un mango riquísimo. Cuando me desperté, tenia tierra colorá en los zapatos y sabor a mango en la boca. No dije nada porque no iban a creerme.
Tita y Pancho se miraron, Pancho dijo.
-Es la tierra Margarita, el milagro de la tierra que reclama lo suyo y va a buscarlo donde quiera que esté . Esta es Cuba, tierra de milagros y sacrificios.
Todos se abrazaron, Tita lloraba de felicidad mientras caminaban por el camino de palmas, como quien anda hacia al futuro.
Por José Iturriaga