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#OPINIÓN | En Cuba la calle ya no es de los Castro

El historiador de La Habana, Eusebio Leal, dijo en febrero de 2013 que soñaba con que Obama anduviera las calles cubanas y se aprovechara la ocasión para devolver a su lugar en el Monumento al Maine la escultura del águila imperial, decapitada en 1961 / Foto: Cortesia
Centro Habana. (PICTURES.THEOMOLENAAR.NL)
Centro Habana. (PICTURES.THEOMOLENAAR.NL)

Al cabo de 14 horas de apagón en La Habana Vieja, Sahira Castro plantó a lo largo de la calle un cartel que decía: “Abajo Fidel y Raúl”.

A un vecino que salió en defensa de la dictadura, Sahira lo acusó de comunista y fidelista.

Ofendido, el hijo del vecino se le acercó a Sahira en plena calle y la sorprendió con un aparatoso par de bofetadas. Una hora después, la policía arrestó a Sahira.

Filmada con un celular, la escena le dio la vuelta al mundo. Sólo Raúl Castro sabe cuántos de estos episodios ocurren a diario a lo largo y ancho de Cuba. La calle es de Fidel, dicen ellos. Puestos a ver el catastrófico estado de las calles no cabe la menor duda. La mano de Fidel se nota. Desde otro ángulo, si reparamos en que la aparente causa de la ofensa fue calificar al vecino de comunista y fidelista, la calle se desliza hacia la gusanera.

Todas las tardes, los noticieros muestran las imágenes de la desesperación ciudadana frente a una dictadura que lo mismo bajo un modelo colectivista capaz de escandalizar en su momento a los soviéticos como bajo el naciente modelo de un capitalismo militarizado no ha conseguido llevar agua ni luz a donde ya había agua y luz en enero de 1959. Ni arroz. Ni bolígrafos. Ni carne. Ni rositas de maíz. Ni habeas corpus.

LA CALLE ES DE FIDEL, DICEN ELLOS. PUESTOS A VER EL CATASTRÓFICO ESTADO DE LAS CALLES NO CABE LA MENOR DUDA. LA MANO DE FIDEL SE NOTA

Si estas imágenes vinieran de otro país diríamos que allí se incuba un estallido popular. Cuestión de que salgan a la vez en cada esquina dos, tres, muchas Sahira. Pero este escenario hace retroceder de pavor a muchos cubanos y extranjeros. Una reacción insólita que debería explorarse con los referentes del más perverso Freud en lugar de los ecuánimes instrumentos de la política y la sociología. A nadie se le hubiera ocurrido apostar por la estabilidad de la dictadura de Pinochet (ni siquiera por la de Batista, uno de los dictadores de más baja intensidad de todos los tiempos) en detrimento del derecho y la furia del pueblo.

Sin embargo, ese escenario no es excluible. Como tampoco lo es, nunca lo será, el de una intervención militar norteamericana. En verdad, el levantamiento de los esclavos (porque son esclavos) se hace promesa de mayor esperanza y decoro que la cleptocrática continuidad propuesta en comparsita, entre otros, por la Iglesia de la isla, la Iglesia de Estados Unidos, el Papa peronista, los artistas y escritores a quienes la Seguridad del Estado les permite por ahora fumarse la marihuana de su propia importancia, la administración del presidente Barack Obama y una diligente coalición de idiotas y pillos de Miami.

La Historia, con mayúscula, nos regala un sarcástico guiño cada vez que alguien dice: “En Cuba nadie se va a rebelar”. “¿Y por qué no?”, pregunta la Historia. Pienso en aquel bendito 25 de diciembre de 1989, cuando Nicolae Ceausescu recordó frente al pelotón de fusilamiento que apenas unas horas antes había sido dueño y señor de almas y haciendas en Rumanía. Amarrado de manos, con los dientes zafados de un puñetazo, en el punto de mira de 15 fusiles, estaba tan embebido de su poder, tan imprevista había sido su caída, que aún seguía impartiéndole órdenes a la soldadesca. “Nada rumano me es ajeno”, se dirá Raúl al echar doble pestillo a la puerta de su alcoba.

Puede que haya castrismo para otros 60 años. ¿Quién va a saberlo? Pero puede que no le quede más de un cuarto de hora. Especular por especular, mi apuesta va por Sahira.

Publicado originalmente en El Nuevo Herald

Written by John Márquez

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