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El Halloween tardío de los Castro

Apenas pocas horas después de haberse cerrado los colegios electorales estadounidenses tras las elecciones del pasado 8 de noviembre, el Palacio de la Revolución en La Habana hacía sonar sus trompetas de guerra, convocando a otro de sus fachosos ejercicios “estratégico-militares” de nombres rimbombantes: Ejercicio Bastión 2016 y Días de la Defensa, que sucederán desde el 16 al 20 de este propio mes de noviembre.

Guerra de Todo el Pueblo, han dado en llamar en su conjunto a esta pantomima en la que se dilapidan los escasos recursos de la hacienda arruinada para demostrar cuán cohesionado está el pueblo cubano con su revolución, cuán unidos somos y cuán capaces de desplegar nuestra disposición combativa para enfrentar “cualquier maniobra del enemigo” con nuestro poderoso armamento.

Es como un Halloween con disfraces y alboroto, pero sin caramelos. Los oficiales del Ejército visten sus chaquetas con charreteras y se enganchan todas las insignias y los atributos del ritual, resignados al fastidio de alejarse brevemente de la comodidad de sus bien servidas mesas y de sus oficinas climatizadas; los hambreados soldaditos del Servicio Militar Obligatorio son movilizados durante días, cargados con pertrechos y armas viejas para jugar el eterno simulacro guerrero contra un enemigo imaginario; mientras los tontos útiles de siempre se disfrazan de milicianos, enarbolando valientemente sus fusiles de palo. Guerreros y armas de mentiritas para una guerra de mentirita. Probablemente las maniobras militares cubanas sean el hazmerreír del momento a escala planetaria.

Porque nadie en su sano juicio ignora que en el impensable caso de que “el enemigo” decidiera realmente atacarnos, la guerra sería mucho más breve que este ridículo simulacro de los Castro, y que tendría como resultado inexorable la aplastante derrota de las huestes isleñas. Habría que ser muy mentecato para siquiera conjeturar un resultado diferente. Lastimero

Entonces, ¿qué sentido tendría librar una guerra que se sabe perdida de antemano?, ¿de qué se va todo este patético alarde de conflagración del Club Senil verde olivo? ¿A qué vienen los discursos y gestos retrógrados propios de la Guerra Fría en pleno siglo XXI?

La actitud del régimen castrista resulta aún más extemporánea si consideramos que durante los últimos cuatro años la Isla ha sido el escenario de los diálogos de Paz entre el gobierno colombiano y los narco-guerrilleros de las FARC, destinados a alcanzar un acuerdo consensuado después de medio siglo de guerra civil en ese país suramericano, meta aparentemente alcanzada apenas unos días atrás.

Recordemos también aquella Cumbre de la Celac, celebrada a todo trapo en La Habana, donde con bombos y platillos se declaró a América Latina como Zona de Paz.

Pero en realidad el aparente desorden bipolar de la gerontocracia verde olivo al simultanear actitudes tan opuestas —llamar a otros a la paz y a los cubanos a la guerra—, especialmente a menos de dos años del restablecimiento de relaciones entre los gobiernos de Cuba y EE UU, revela varias cuestiones de fondo.

Dejando a un lado el hecho palmario de que los señores del Palacio de la Revolución no tienen la menor idea de cómo o a dónde conducir a la nación, y que su interés único es mantenerse aferrados al Poder a perpetuidad —razones por las cuales se ven forzados a improvisar sobre la marcha, dando bandazos de náufragos en una colosal tormenta—, lo cierto es que el gobierno necesita desesperadamente conservar a su entrañable enemigo, aunque éste haga caso omiso de tan insignificante adversario.

La histeria oficial que se viene reflejando en la agresividad de los discursos, en el retorno al nacionalismo extremo, en la invocación a los viejos fantasmas del “diversionismo ideológico” y en la utilización del monopolio de prensa gubernamental como barricada de consignas y evocaciones del pasado, demuestra cuánto daño hace al régimen castrista la política de acercamiento y distensión iniciada por el presidente saliente de EE UU, Barack Obama.

Si bien en principio Obama apareció como una luz de esperanza en el sombrío horizonte que se anunciaba para el futuro del castrismo, ha resultado ser, en definitiva, una verdadera pesadilla para el General-Presidente y su clan. Castro II no ha logrado acceder a los anhelados capitales y, para mayores males, ha perdido el sustento esencial de su control ideológico sobre la sociedad.

Sucede que más de medio siglo cifrando la columna vertebral de la política de gobierno sobre la beligerancia y hostilidad del enemigo externo que nos amenaza, ha hecho de la confrontación la única estrategia del sistema. De hecho, ese conflicto sostenido resulta tan indispensable para la política castrista, tanto al exterior como al interior del país, que de no existir EE UU el régimen hubiese tenido que inventárselo.

Pero en estas extemporáneas ínfulas guerreristas también se están reflejando otros elementos, como por ejemplo la enajenación del sistema, sumido en una crisis irreversible, y la desconexión del Gobierno con la realidad actual, con el contexto político mundial y con los intereses de los (des)gobernados. Obviamente, el General-Presidente y su comparsa no entienden que ya en Cuba nadie se cree la vieja fábula del Pueblo-Caperucita asediado por el Imperialismo-Lobo, que solo puede ser protegido y salvado por el Gobierno Estado Partido Comunista-Leñador.

Hoy Cuba es otra, y los cubanos también. No en vano han transcurrido más de 50 años desde que un joven y enérgico Fidel Castro convocara la primera movilización militar masiva por la toma de posesión de un presidente estadounidense, y 36 desde que concibiera la “Guerra de Todo el Pueblo” como  estrategia para movilizar militarmente a millones de cubanos cada año de elecciones en EE UU. Los réditos políticos de azuzar el conflicto con el gigante del Norte fueron cuantiosos, pero la fábula de la Caperucita Tropical se ha desgastado y ya no surte efecto.

Los cubanos de hoy saben que la hostilidad castrista hacia EE UU es signo de debilidad, no de fuerza. Tampoco creen en la épica revolucionaria ni tienen compromiso alguno con un régimen que perciben como el mayor obstáculo a la libertad, a la prosperidad y a la realización personal. Nadie parece interesado en guerritas imaginarias, en particular si se trata de combatir contra el país que se ha convertido en destino y hogar de millones de compatriotas.

En los tiempos que corren, los cubanos que no emigran al territorio “enemigo” en pos de sus sueños cifran sus mejores esperanzas en el día en que finalmente caigan los bastiones del castrismo y la estrategia política del futuro gobierno elegido por ellos sea la Prosperidad de Todo el Pueblo. Sencillamente quieren vivir en paz, sin fábulas engañosas y sin guerras.

Por Miriam Celaya

Publicado originalmente en CubaNet

Written by María Fernanda Muñóz

Periodista venezolana. ¿La mejor arma? Humanidad. Pasión se escribe con P de periodismo

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