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¡Una desilusión histórica! Fidel Castro ha sido como un padre.

Muchos cubanos declararon, al paso de las cenizas de Castro en procesión, que había sido un padre. Y me acordé del sepelio de Stalin, otro padre, uno de los peores del siglo XX, que los tuvo crueles.

Muchos cubanos declararon, al paso de las cenizas de Castro en procesión, que había sido un padre. Y me acordé del sepelio de Stalin, otro padre, uno de los peores del siglo XX, que los tuvo crueles.
Muchos cubanos declararon, al paso de las cenizas de Castro en procesión, que había sido un padre. Y me acordé del sepelio de Stalin, otro padre, uno de los peores del siglo XX, que los tuvo crueles.

Hay gente que con la mejor fe del mundo cree que la contactan en noches sin luna unos gusanos azules oriundos de Sirio que le dictan al oído graves secretos; y hay creyentes convencidos de que las galaxias, los protones y los fotones, y los agujeros negros y blancos, están a cargo de una familia judía de carpinteros. Y entre los intelectuales de izquierda algunos piensan todavía que Fidel Castro fue un revolucionario, que inventó una nueva clase de humanidad y la educación y la salud en Cuba. Existe una embriaguez de la fe. Es evidente.

La Cuba de Batista contaba entre los países latinoamericanos con los mejores niveles en educación y salud. Pero por lealtad con la fantasía algunos intelectuales de izquierda se niegan a reconocer que con Fidel todo empeoró. Incluso el carácter de la policía. Y las cárceles para los inconformes. Y la salud. Porque la salud es un lujo irrisorio cuando uno está obligado a un vegetar sin gracia, a un pasar de media marcha que apenas se parece al vivir y mucho al limbo de una dieta miserable. Vivir humanamente es otra cosa.

La alfabetización universal donde existen libros censurados y puede conducir a la cárcel un poema disidente es como graduar arquitectos para cuidar marranos, donde no hay que construir y todo se cae a pedazos. Menos la casa del burócrata.

Un intelectual de izquierda, el lector puede sonreír si le apetece, dijo para llorar a Castro que Cuba era un prostíbulo, que el azúcar era yanqui. Pasó por alto que idos los norteamericanos el socialismo, encargo al lector las comillas, arruinó la agricultura. Y que las jineteras de la macabra utopía ahora se encaman por unos bluyines usados. Las trabajadoras sexuales de Batista cobraban en dólares y vestían de París. Y podían entrar en los hoteles de cinco estrellas con sus perfumados mafiosos. Hay diferencia. Fidel solo cambió de miserias.

La búsqueda de la igualdad fidelista, de descalabro en descalabro, partió en dos un país atónito: una mitad para los turistas y la otra para los cubanos, que solo pueden acercárseles para atenderles las mesas y limpiarles los excusados. Fidel temía que el lujo corrompiera el espíritu revolucionario.

Muchos cubanos declararon, al paso de sus cenizas en procesión, que había sido un padre. Y me acordé del sepelio de Stalin, otro padre, uno de los peores del siglo XX, que los tuvo crueles. Hubo asfixiados, aplastados, ríos de lágrimas a la muerte del tenebroso tirano. Pues por una razón oscura a veces los pueblos se deshacen en gimoteos ante los despojos de quienes más los hicieron sufrir. Cuba redujo a absurdo el marxismo. Y eso fue todo.

Todos los que éramos adolescentes ese enero cuando Castro entró en La Habana creímos asistir a la segunda venida de Cristo, a la realización del hombre nuevo. Pero pronto enfrentamos la desilusión por la fuerza de las cosas. Castro no era un revolucionario. No puede ser revolución hacer de una isla festiva una resignada. Y arrastrarla a la involución en un movimiento que de seguir la devolverá a los coches de caballos. Si no la salvan los odiados empresarios del capitalismo y la libertad de comercio y de expresión y desplazamiento.

Castro extendió la peste de su idealismo prohijando entre un montón de ingenuos las ansias de cambiar el mundo a partir del foco guerrillero que fue su triste concepción de la guerra revolucionaria. E irrumpió la violencia sin esperanza de las hordas que rebosaron las fosas comunes a lo largo del continente. La atroz confusión colombiana de hoy forma parte de los frutos del furor mesiánico, de la mezquina interpretación del marxismo de ese hijo de… gallego. Es difícil, a estas alturas, encontrarle la gracia. Yo lo veo como el personaje de un sueño ingenuo de juventud del que desperté para no tener que vivir inventando mentiras para parecer interesante. Juro que me duele decirlo. Fidel se fue. Se demoraba.

Eduardo Escobar / El Tiempo

Written by Redacción CPEM

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