Es casi de absoluto consenso la necesidad de un cambio democrático en Cuba. Entre los cubanos del extranjero mucho mayor, y entre los de la Isla, cada vez más. En la medida en que nuestro pueblo se libra del hipnotismo de las utopías, descubre las trabas al ejercicio de nuestras libertades y derechos humanos elementales y ve la hipocresía de los que nos piden sacrificios mientras gozan una vida de lujos junto a familiares y amigos.
Pero pasan los años y hasta décadas, y toda esperanza de un cambio (desde dentro del sistema o que lo anule y abra un nuevo capítulo), sigue siendo remoto. El sistema es disfuncional, nada sale bien. Raúl en 11 años no ha tenido un resultado satisfactorio en el plano económico y más bien entramos en otra crisis a raíz de la hecatombe venezolana, sin embargo, ahí está, fuerte en su trono e inalcanzable para las fuerzas reformistas o democráticas.
El pueblo: cansado y sufrido en el azaroso día a día; trabajando sin eficiencia porque cobra muy mal, (salario esclavo); emigrando hacia donde puede o “luchando” de mil maneras, sabiendo que muchas rozan el delito.
La Ley de Ajuste era un escape, pero ahora está ahí como si no estuviera, pues Obama nos cerró sus fronteras anulando la política de “pies secos pies mojados”. Increíblemente nuestro Gobierno lleva años luchando para que nos traten igual que a los otros latinos, mientras los demás Gobiernos del área abogan por un mejor trato y la legalización de sus ciudadanos. Y finalmente lo consiguió con este presidente sui géneris.
Tras el restablecimiento de las relaciones con los EUA, la visita de Obama y las expectativas de flexibilidad y fin del bloqueo, el resto del mundo incrementó su acercamiento con el gobierno cubano. Lo hacen creyendo que con ello aprovecharán posibles negocios en este país virgen a las inversiones de capitales y que poco a poco contribuirán con ello al fin del sistema. Pero nuestros déspotas lo toman como un reconocimiento de su derecho a gobernarnos sin voto, y le sacan provecho político, porque son muy diestros en ello.
Existe una oposición política, pero es invisible a la mayoría de nuestro pueblo, es decir, a los que residimos aquí en Cuba. Claro que el poder mediático casi absoluto, la poca conectividad y los mecanismos de control social hacen bien su tarea y no los dejan llegar al pueblo y mostrar sus programas. Tampoco aquellos que los conocen y simpatizan pueden, casi nunca, militar activamente, porque están atados al sistema por los hilos de la supervivencia o por temor a dar ese salto tan drástico, que trae gran exclusión y tiene pocas perspectivas de éxito.
Tanto los grupos políticos de dentro como los de fuera tienen programas democráticos, intentan proyectos, y promueven uniones. Reciben apoyo de fundaciones, ONG e instituciones, principalmente de los EUA. El sistema los tilda de apátridas, terroristas y mercenarios, porque EUA es considerado oficialmente “enemigo” del país y nos bloquea, y los disidentes reciben dinero de ese país para promover un cambio de régimen.
En verdad luce mal a simple vista, tal vez lo fue en la primera etapa de este diferendo. Pero desde hace décadas la comunidad cubana es muy numerosa en ese país y ayuda a fomentar su riqueza, son contribuyentes, y tienen un activismo político notable en los poderes federales y estaduales.
Una interpretación, nada descabellada, es considerar que esos fondos provienen virtualmente de los impuestos que pagan los cubanos en los EUA y ellos en su gran mayoría anhelan un cambio democrático en su Patria. Además, los contribuyentes estadounidenses, su pueblo, financian muchas causas justas en el mundo y la lucha por la democracia en Cuba lo es de sobra.
Pero un sector importante de nuestro pueblo, (del que vive en Cuba), debido a la pérdida de civismo y a los lastres sicológicos de décadas de pensamiento único, aun teme al cambio, aunque estén decepcionados con el sistema injusto y disfuncional en que ha degenerado la Revolución que tanto apoyaron.
Más inseguros quedan cuando ven a los más decididos por el cambio defender causas horrendas que nada tiene que ver con la democracia, como golpes de estado propiciados contra la izquierda (los Carmona, los Micheleti) o apoyar guerras o agresiones ilegales de los EUA. Entonces terminan más asustados y dudando de apoyar a ese sector que así luce hipócrita y creen que seguirlos sería como salir de Guatemala para entrar en Guatepeor. He aquí la importancia de la ética, que muchos creen que defenderla es de ilusos.
Y por otro lado, vemos un equivocadísimo contubernio izquierdista, a nivel global, pero más acentuado en nuestra región, que toma a Cuba como baluarte en nombre de la lucha antimperialista, y no ven ni condenan los errores garrafales de la Revolución. Lo peor, intentando copiar esta cosa sin sentido terminan ahogados políticamente. Con semejante tendencia es evidente que la regeneración hacia la democracia de la izquierda radical en el poder tampoco la podemos esperar.
En medio de realidades tan adversas el cambio no se vislumbra tan cercano como quisiéramos. No hay futuro halagüeño en Cuba, al menos no en un horizonte cercano. Mis hijos, que son niños, ¿qué futuro les espera?; mi generación, que ya vemos brotar las canas, que no disfrutó las cosas buenas del capitalismo que contaban nostálgicos nuestros abuelos ni la bonanza de los 80 ni emigramos, ¿cuándo tendremos una vida normal?
¡Cuánta impotencia! -Pobre de nosotros, y pobre de Cuba que sufre y sufre.
Originalmente publicado en Havana Times Osmel Ramírez Álvarez