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La Eco-lógica cubana, una vida ‘sana, socialista y tropical’

Hace unos días una afable periodista francesa me preguntaba:

—¿Tienen ustedes en Cuba una vida ecológica? indagó, entusiasmada con el utópico Caribe socialista, ese que desde la visita de Simone de Beauvoir y Sartre ha llamado tanto la atención a la gauche caviar francesa.

En ese minuto pasó por mi cabeza el humo de los almendrones o anchares, dinosaurios americanos que aun transitan veloces y restaurados, hoy piezas de colección mantenidas durante medio siglo a golpe de ingenio y esfuerzo por sus propietarios. Parte ya fundamental de este milagro de resistencia es verlos circular por La Habana alimentados por cualquier combustible, sea esta una aleación buena o mala para la salud. ¿Alguien le pregunta a los choferes o a los conductores de los viejos Moskvitch o Ladas sobrevivientes al antiguo Campo Socialista por qué no arreglan el tubo de escape o reciclan su aceite recuperado una y mil veces? La secuela de humo que despiden las guaguas, los camiones o motocicletas en Cuba son infernales, pero eso a nadie parece preocuparle porque lo primero es encontrar en qué movernos. Atravesamos la franja de fuego, envueltos en la venenosa niebla, como si no sintiéramos el daño.

¿Cuánto plomo tragamos cuando se respira luz brillante o keroseno, elemento familiar en la cocina cubana? La ciudad entera tiene salideros de gas urbano, la fumigación –ejercicio obligatorio realizado por el ejército y ordenado por Salud Pública– enciende de humaredas químicas las cuadras. En tus sábanas y toallas, en tu pelo, dentro de tu propia casa se empieza a respirar un aroma parecido al azufre.

Mirando hacia el puerto descubres el complejo fabril Tallapiedra. En ese pequeño pueblo de 11.30 km2 con 6,623 habitantes, se alzan la Fábrica de Gas Evelio Curvelo, El ECIL, la Fábrica de helados Guarina, la Fábrica de conservas Planta Habana, la Fábrica de Papas Fritas y la termoeléctrica Otto Parellada, todas estas explotaciones coronan la ciudad lanzando hacia ella un humo horrible que contrasta con nuestro maravilloso cielo azul. Algunas de estas industrias han detenido su producción en momentos de crisis, pero siempre hay una chimenea frente al mar que amenaza la capital sitiada por la polución.

Caminando por el Malecón se advierte el enorme derrame de petróleo causado por las pocas embarcaciones que recibimos en nuestra bahía. En tiempos muertos de molienda se extraña el hollín acumulado en los muebles como consecuencia del aire que arrastra la caña quemada.

A pesar de todo esto me pregunto: ¿He tenido una vida ecológica?

El pescado comprado a particulares ilegalmente no es congelado o envasado por la industria, llega a nosotros fresquito, se descama, se le pone sal, pimienta… y a la sartén.

El pollo más barato que podemos “conseguir” –término criollo que abarca los márgenes de lo regalado, comprado o robado de alguna finca particular o estatal en la isla–, es justamente esa gallina en libertad –Cage Free– que come lo que se encuentra y termina en alguna de nuestras cazuelas. Un manjar común entre nosotros, pero más costoso en los mercados del mundo.

El queso “guacho” de Pinar del Río capturado en las carreteras insulares; las lechugas o rábanos del agromercado que llegan a casa llenos de tierra; el tilo que sembramos en el jardín para calmarnos los nervios; la albahaca que nos regala la vecina y usamos en las pastas, el pepino que nos ponemos alrededor de los ojos; el aguacate que se cae del árbol y termina en tu ensalada o en tu pelo; el puerco asado con leña en cualquier patio, bañarse con cubo en las Escuelas al Campo con el agua que sacamos del pozo, la tradicional penca para abanicarnos, el acto de barrer con escobas de guano, todo esto se comprende internacionalmente como parte de una vida orgánica y ecológica.

Sobre el reciclaje: ¿Cuál puede ser nuestra lógica de reciclaje si la basura muchas veces pasa una semana tirada en las esquinas, mezclada y sin ser recogida?

Lavamos pañales a mano, hervimos sábanas en cubos porque no nos queda más remedio, no por conciencia.

Montamos bicicleta para llegar a nuestros destinos, no como un gesto ecológico sino como un medio de locomoción. Esto pasa con los coches tirados por caballos en las capitales de provincia y municipios, pero también con los bicitaxis.

Usamos mosquiteros, no como un estigma vintage ni un gesto decorativo, sino como una protección contra los mosquitos.

Muchísimos cubanos desearían abrir una lata de conserva y terminar así, de golpe, su jornada culinaria, pero nuestros supermercados están tan desabastecidos que las opciones naturales quedaron como paliativo y no como parte consciente de salvar el planeta.

Busco el modo de hacerle saber a esta periodista que los cánones de comportamiento en Cuba no son equivalentes al resto del mundo. Vivimos acosados por un malentendido histórico que termina describiendo nuestra vida como “sana, socialista y tropical”.

Hoy muchas personas y entidades reciclan tras conocer los nefastos estragos de los desechos industriales en el hombre y la naturaleza. Nosotros seguimos sufriendo estos males sin real conciencia del daño, sin sentir que perjudicarán a las próximas generaciones. Sustituimos lo industrial que no tenemos con lo natural encontrado en nuestro hábitat.

Ante la foto y los titulares parecemos un pueblo que vive en el paraíso orgánico con hábitos ambientales que muchos identifican como ecológicos.

Publcado originalmente en el Nuevo Herald por Wendy Guerra

Written by @elnuevoherald

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