HILDEBRANDO CHAVIANO MONTES
Todo en la vida tiene un origen, un por qué, una causa que a veces se olvida en los recodos del tiempo, pero que en ocasiones se hace necesario traerlo al presente para poder explicar y quizás resolver importantes asuntos. Lo anterior parece una verdad de Perogrullo, pero los problemas de Cuba son tan profundos que no queda otra salida sino un análisis de la historia para saber cuál va a ser nuestro futuro como nación.
Todo comenzó cuando el líder histórico de la revolución cambió las ideas democráticas enarboladas en el juicio seguido por el asalto al Cuartel Moncada, por las ideas comunistas. Pero lo peor no fue que hiciera suyas las ideas del marxismo-leninismo, sino que mintió, ocultó sus verdaderas intenciones. Provocó de esta forma que algunos de sus seguidores como el comandante Huber Matos y la mayor parte de los guerrilleros alzados en las lomas del Escambray durante los años 60 del pasado siglo, decidieran abandonar las filas de lo que fuera algún día la revolución verde olivo.
Este obstáculo Fidel Castro lo resolvió en unos cuantos años de cruenta lucha que dejaron más muertos en combate, fusilados, presos y exiliados que la anterior dictadura. Las heridas provocadas por la feroz represión del Gobierno revolucionario en el poder aún no han sanado porque nunca hubo diálogo con los vencidos ni respeto a los caídos. Si hubo excesos y crímenes, ambos contendientes tuvieron responsabilidades como en toda guerra.
Con todo, aquello no fue lo peor. El líder que cambió de la noche a la mañana su discurso democrático por uno totalitario tuvo, no obstante, seguidores, y estos son los que hoy ven como una amenaza a los comerciantes. Los trabajadores por cuenta propia son los enemigos de turno para los ancianos que alguna vez fueron revolucionarios, son los alzados de hoy y hay que acusarlos de bandidos para aislarlos socialmente.
Los que fueron capaces de seguir al que un día pedía respeto a la Constitución del 40, elecciones libres y tripartición de poderes, permitieron sin sonrojarse que Fidel Castro cambiara la esencia del proyecto revolucionario. Desde el momento en que se dieron cuenta y aceptaron el cambiazo, dejaron de seguir al líder para seguir sus propios intereses, la revolución ya no les importó pero tenían ante sí la oportunidad de tenerlo todo si no entraban en contradicción con el jefe.
Debido a esta actitud, la aprobación unánime de cada una de las equivocaciones del líder los convierte en cómplices. El equipo completo que conforma la dirección del país está consciente de que el comunismo fue un fracaso y, sin embargo, ante el lecho de muerte de un sistema político y económico que apesta, se niegan a darle sepultura y alaban los colores saludables que tiene el occiso y el sueño tan reposado que disfruta. No sean cobardes, entiérrenlo ya.
Mientras Raúl Castro juega al capitalismo con los extranjeros, se dice y se contradice, el pueblo padece los experimentos que comenzaron en el año 59 y debe contentarse con la salud y la educación pública como única aspiración en la vida.
Se hace obligatorio insistir en que todo este desastre tuvo su origen cuando el máximo líder decidió torcer el rumbo e inventarse un sistema más acorde con sus aspiraciones, rodeado del aplauso de sus seguidores y de la aceptación entusiasta del pueblo crédulo.
No es solo que los gobernantes hayan cometido errores monumentales, el propio proceso político cubano derivó en un error cuando el liderazgo fue sustituido por la manipulación y el proyecto convertido en una serie infinita de improvisaciones sin consultar a nadie. Pronto las debilidades y amenazas se multiplicaron y solo la existencia de la Unión Soviética con sus pretensiones expansionistas logró salvar el Gobierno de Fidel Castro y prolongar la agonía.
El pueblo que en los primeros años apoyó con sinceridad las medidas revolucionarias hoy se debate entre la indiferencia y la incertidumbre mientras la dirección del país da palos a ciegas, desesperados porque se les acabó el tiempo y ni el garrote ni la zanahoria hacen que esto funcione. Solo hay dos caminos para Cuba, el cambio total o el colapso.