John McTernan
Un dictador ha muerto. Los ciudadanos de otro país pueden estar listos a abandonar la desacreditada y económicamente desastrosa ideología del comunismo. Pueden esperar que la libre expresión, la libertad de prensa y los derechos humanos se conviertan en prioridad.
Un momento para celebrar, ¿verdad? No para la izquierda. Para ellos, la muerte de Fidel Castro es un momento de tristeza. Veamos el ejemplo de Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista británico, quien dijo: “La muerte de Fidel Castro marca la partida de una gran figura de la historia moderna, la independencia nacional y el socialismo del Siglo XX”.
De verdad, la única parte acertada de ese pronunciamiento es el último pedazo. Castro es una nota de pie de página en la historia mundial, un hombre que hizo a su país uno subordinado más que uno independiente. Demostró de forma concluyente que por más de cinco décadas que una economía socialista es buena sólo para una cosa: dejar en la miseria a toda una nación.
Los homenajes han emanado de los sospechosos de siempre: los presidentes Nicolás Maduro, de Venezuela, Evo Morales, de Bolivia, y Rafael Correa, de Ecuador, fueron muy efusivos. ¿Qué explica las abyectas apologías hacia un brutal dictador? ¿Un hombre que ejecutó a miles de cubanos?
Lo primero es un instintivo sentimiento antiestadounidense. Para muchos en la izquierda, la regla es “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Con Fidel como enemigo de Estados Unidos, había que apoyarlo en lo que quisiera hacer. (Aunque esa clase de relativismo moral fue comúnmente condenado por la izquierda cuando el presidente Ronald Reagan lo extendió a los regímenes autoritarios de la derecha).
Sin ironía alguna, se elogia la longevidad y cómo él sobrevivió a tantos presidentes estadounidenses, sin consideración alguna de lo que contribuyó a su extenso gobierno el hecho de nunca haber llevado a cabo elecciones.
Lo segundo es la opinión según la cual el fin justifica los medios. Los sistemas cubanos de educación y salud son muy alabados, como si sus éxitos justificaran los abusos de a los derechos humanos, que son resaltados regularmente por Amnistía Internacional y otros observadores independientes.
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