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El muy “crítico” instituto de cine cubano

Cinemateca de Cuba (foto: radiorebelde.cu)
Cinemateca de Cuba (foto: radiorebelde.cu)

“¿Queréis probar la democracia? Veniros a España a ver la democracia. Un paro del 20 por ciento”, charla el turista desde el asiento trasero. “Si quiere, hablamos de derechos humanos”, sigue diciendo. “Cuando me hablan de Cuba, yo siempre digo: ¡Por favor, hombre, por favor, un poco más de respeto, coño! ¡Que hay mucho que aprender de los cubanos!”

Poco después, le calla la boca un disparo de pistola que viene a ser como un “pues apréndete esto entonces”. No está mal el arranque de Los buenos demonios, la última película de Gerardo Chijona sobre Tito, un joven que aparenta ser un buenazo aunque es en realidad un asesino en serie. Pero luego no la cosa no avanza mucho más.

Planteada la historia del angelical matador en minutos, llega el aderezo, alguna que otra manía del cine nacional, subtramas muy secundarias con actores de primera, mucho de lo previsible, de ese mundo que se repite en las películas que quieren hablar de la Cuba de hoy y terminan balbuceando, gagueando o en alguna fácil variante del choteo.

Chijona asegura que su filme “solo cuenta historias de seres humanos que hoy existen en nuestra realidad y que son parte de la pérdida de valores que vemos en la sociedad, a pesar de cuánto hemos avanzado”. O sea, se trata de “una reflexión sobre la moral”. Ya en otras piezas suyas, el director ha hurgado en la doblez moral y en la falsedad de las apariencias.

“La crítica que queda como sugerida, sutil”, describe, aunque “muchas veces siento que el mensaje va por delante de la historia, y eso le quita vida a los personajes”. Cuán ingenuas, por no decir más, suenan esas ganas de “crítica”, de “mensaje” y de “reflexión sobre la moral”, esos “a pesar de lo que hemos avanzado” —droga dura donde las haya.

En su anterior producción, La cosa humana, Chijona nos asfixió con mil referencias cinematográficas, con un supuesto “humor bastante sofisticado” y con caprichos argumentales que estragaban la obra, dedicada por él a la memoria de su amigo, el fallecido director Daniel Díaz Torres, a quien consideraba un extraordinario cinéfilo.

Los buenos demonios, que se exhibió en el último Festival de Nuevo Cine de La Habana y ahora se estrena en los cines, parte de un guion que logró terminar precisamente Díaz Torres a partir de la novela Algún demonio, de Alejandro Hernández. El realizador confiesa que busca “explorar zonas de silencio” y que su filme “se inscribe dentro de una línea de cine crítico asumida desde hace años por el ICAIC”.

De hecho, lo describe como “un largometraje intenso con una mirada al presente de Cuba a través de tres generaciones: la fundacional, la intermedia y los hijos del Periodo Especial”. Aunque considera que “los buenos guiones se filman tal como están escritos”, reconoce que le fue difícil realizar este, por ser un guion “distante, austero, seco a veces”. Así que escogió dejar la cámara un poco distante. “Es mi largometraje con más planos largos y menos trabajo de edición”.

En fin, le dio a la historia un cierre distinto del original “para cruzar descubrimiento, desconcierto, dolor y duda, para dejar abierta la trama”, confiando mucho en la encarnación que logran los actores, desde un efectivo Carlos Enrique Almirante hasta la consagración de una Yailene Sierra, pasando por varios habituales de las pantallas cubanas.

Que “las cosas no son muchas veces lo que parecen”, es la cifra de Los buenos demonios, y sin dudas aquí se nos muestra una macabra falta de escrúpulos para ganar dinero, que una reseña llama “visión pragmática de la vida”. Este hombre nuevo miente con la mayor naturalidad y no duda en acortar a sangre y violencia el largo camino hacia los billetes grandes, por los que ni siquiera siente una enfermiza pulsión egoísta.

Sí, estamos ante la caída sin fondo de los valores esenciales en la sociedad cubana actual, pero también se nos presenta un caso extremo, que luce incoherente con su entorno. O sea, se trata de un simple asesino que podría hacer lo mismo aquí que en Estocolmo. No es que no haya horrores así o peores aquí y ahora, sino que la gratuidad del conflicto no está superada, pese a la convicción de Almirante.

Hay también otro juego referencial. Este Tito taxista asesino es una parodia del Tito taxista buenazo que, hace muchos años, encarnó el inolvidable Idalberto Delgado en una serie televisiva. Aquel Tito era uno de los últimos ejemplares de una especie en extinción, el taxista amable más allá de la moneda. Este Tito es un sanguinario pirata caribeño, una caricatura del impúdico hombre nuevo.

Una crítica publicada señala, con acierto, que “los realizadores del ICAIC parecen no salir del letargo que la estética populista y ramplona de los ochenta impuso entre ellos”, y augura que ya viene llegando la hora “del nuevo-nuevo cine cubano, ese que están haciendo jóvenes realizadores sin acceso al presupuesto del instituto oficial de cine”.

Ese cine de jóvenes directores independientes ya está aquí, en verdad, y en muchas otras partes, pero no en los cines de estreno ni en la televisión. Aunque los ejemplos sobran, las salas de cine que sobreviven aún no son para ellos, sino solo para ese cine “crítico” sobre “crisis de valores” que ocurren “a pesar de lo que se ha avanzado”.

Por Ernesto Santana Zaldívar

Publicado en CubaNet

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