La esposa del dictador Miguel Díaz-Canel, Lis Cuesta, pretende ahora posar como humanista preocupada por los niños muertos en Gaza. Un gesto que no sería hipócrita… si no viniera de una representante del mismo régimen que ha causado la muerte, el sufrimiento y el exilio forzoso de miles de niños cubanos durante más de seis décadas.
¿Dónde estaba Lis Cuesta cuando, el 27 de enero de 2020, tres niñas cubanas —María Karla Fuentes (12), Lisnavy Valdés Rodríguez (12) y Rocío García Nápoles (11)— murieron aplastadas por el derrumbe de un balcón en La Habana Vieja? Ni una palabra. Ni una condolencia. Ni un gesto de apoyo para sus familias. Solo silencio y represión.
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¿Dónde estaba cuando la pequeña Paloma Domínguez Caballero perdió la vida por negligencia médica tras ser vacunada, y sus padres fueron perseguidos y obligados a exiliarse simplemente por exigir justicia?
¿Dónde está su preocupación por los niños cubanos que han muerto ahogados en el mar, huyendo de la miseria del sistema que usted misma defiende y del que vive con privilegios? Esos niños también tenían sueños, esperanzas, y padres desesperados por darles una vida mejor.
¿Dónde están las condolencias del régimen para los jóvenes que mueren durante el Servicio Militar Obligatorio, víctimas de accidentes inexplicables, violencia interna o condiciones infrahumanas? Sus padres aún esperan respuestas que nunca llegan.
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Lis Cuesta no tiene moral para hablar de tragedias infantiles fuera de Cuba, mientras guarda un cómplice silencio ante la tragedia cotidiana que viven los niños en la isla. Un país donde faltan medicamentos, leche, agua potable, escuelas seguras y un futuro.
Este tipo de declaraciones no son solidaridad: son cínico oportunismo político, para lavar la imagen de una dictadura que asesina sueños desde la cuna y censura el dolor de las familias que exigen justicia.
Los niños cubanos también merecen tu voz, Lis Cuesta. Pero claro, ellos no viven en Palestina… viven bajo la bota del régimen que tú representas.
