Es una foto para recordar. Tomada el 16 de diciembre del 2014 en el Salón Oval de la Casa Blanca, un día antes del restablecimiento de relaciones con Cuba. De fondo, sentado en su despacho, con aspecto distraído, el presidente Barack Obama acaba de hablar durante una hora con el dictador Raúl Castro. En primer plano, el abrazo profundo, casi conyugal, de la jefa del Consejo Nacional de Seguridad, Susan Rice, y su director de asuntos hemisféricos, Ricardo Zúñiga.
A punto de cumplirse dos años de la foto, incurrimos en una terca suspensión del principio de duda si creemos que Rice y Zúñiga celebraban un paso de avance para ambos pueblos en vez de la inexperta y caprichosa construcción de otra pieza de efecto para ese esperpento que llaman, con provinciana pompa, el legado de Obama.
Ya conocemos la resistencia de funcionarios y expertos conocedores de los asuntos cubanos, principalmente en los departamentos de Estado, Defensa y la Agencia Central de Inteligencia, ante los términos del reencuentro con La Habana. Concebido en secreto por un íntimo círculo de colaboradores de Obama, en el que jugó un papel clave el asesor de Seguridad Nacional, Ben Rhodes, hasta ahora la nueva política sólo ha conseguido darle tiempo, legitimidad y dinero a Raúl para asegurar la transición dinástica.
Si esto es mucho para la familia Castro también es gran cosa para el establishment liberal. La generación de Obama se educó en el rechazo a la hegemonía y la excepcionalidad norteamericanas. Su identidad cultural y política fue conformada en la perversa contradicción de querer destruir por la mañana el orden que les permitía dormir tranquilos por la noche. Vietnam y Cuba como símbolos de pueblos frustrados en su emancipación por los designios imperialistas de Washington y no como víctimas de dictaduras al servicio de Moscú. El cuadro del Che Guevara en los claustros de la universidad y la tarjeta de American Express en el bolsillo del mugriento blue jeans.
¿Qué sabe esta gente de la opresión? ¿Qué saben, pues, de la libertad? Obama ha construido su legado sobre la farisaica presunción de estar del lado correcto de la historia. Esto excluye la aplicación del principio de intervención en los asuntos internacionales, fiel al libreto de hegemonía cultural de la izquierda. Puesto que no pueden sostener esta estrategia admitiendo la irredimible condición de los malos se hace necesario ignorar la razón de los buenos. ¿Irán quiere la bomba atómica a fin de arrasar con Israel? Naaah, eso es pura retórica para consumo interno de los ayatolas. ¿Raúl patea a las Damas de Blanco? Oh, una señal de que la oposición, a fin de cuentas, puede manifestarse. ¿Putin se anexó Crimea? Ah, reflejos residuales de la tradición zarista.
Cuando los hechos dicen lo contrario, los liberales recortan, reescriben y pegan. Tanto una comisión congresional como el inspector general del Pentágono acusan que en altos niveles civiles y militares de esta administración suelen pasarse por agua los informes sobre terrorismo y otras amenazas contra el país recopilados por las agencias de inteligencia. El arte de gobernar desde y para la percepción.
El general Mike T. Flynn, un votante demócrata de toda la vida, ha dicho que Obama es “débil y desvertebrado”. Opino lo contrario. El presidente es un astuto ideólogo, con una sólida agenda antisistema. Como es básico en la izquierda, sea democrática o totalitaria, la verdad se acomoda a la doctrina, aunque sea a palos. Reconozcamos entonces en Obama el temple de no dejarse engañar por la realidad.
Así se explica que en la foto del deshielo con Cuba no salimos los cubanos.
Por Andrés Reynaldo
Publicado originalmente en El Nuevo Herald