Bárbara Milagros Acosta Rodríguez, cubana que pasó 11 años en Lituania, junto a otros tres cubanos.
Bárbara Milagros Acosta Rodríguez, cubana que pasó 11 años en Lituania, junto a otros tres cubanos.

El horror de los inmigrantes cubanos en Lituania

Ene 11, 2018

Hace 11 años España era su destino de libertad lejos de Cuba. Salió “con 35 años y con mucha esperanza”, pero se quedó prisionera en Lituania, cuando iba camino a Moscú.

Bajo el amparo de una familia local, esperó cinco años por el primer permiso de residencia temporal y luego renovarlo año tras año. Se la concedieron por tres años, pero contradictoriamente nunca le otorgaron un permiso de trabajo.

Ahora Bárbara Milagros Acosta Rodríguez, una cubana que vivió ocho años en Lituania, cuenta la historia en un inmigrante en un entorno desconocido y hostil, según reporte de Martí Noticias.

Lituania

Acosta Rodríguez explicó que en Lituania “los juicios son un circos”. “Tú desde el primer momento sabes el resultado, aparte los abogados que nos ponían, en vez de trabajar para nosotros, lo que hacían era trabajar para la misma emigración”.

Consiguió empleo en una compañía privada, cuyos directivos se daban por satisfechos con saber que el gobierno la consideraba residente temporal.

“Aprendí a la fuerza, como todo lo que ha tenido que vivir estos 11 años fuera de Cuba”.

Corrió con suerte en medio del proceso, no así muchos otros cubanos en su situación. Denuncia que las leyes lituanas le hacen sumamente difícil a un inmigrante establecerse allí. Ella, junto con los ocho compañeros cubanos pasaron dos años en un centro para emigrantes y la experiencia no se la desean a nadie jamás.

A las afueras de la ciudad de Vilnius, en Pabrade, hay dos centros de para emigrantes uno cerrado y otro abierto.
A las afueras de la ciudad de Vilnius, en Pabrade, hay dos centros de para emigrantes uno cerrado y otro abierto.

Detalló que las afueras de la ciudad de Vilnius, en Pabrade, hay dos centros de para emigrantes uno cerrado y otro abierto. El cerrado es muy parecido a una prisión: nadie puede salir sin la autorización de los guardias; en el abierto pueden pasar el día en el pueblo y regresar a dormir.

“Allí en ese campamento te tienen en una guerra psicológica”, apunta. Ella misma recuerda cómo completamente descontrolada, caminaba descalza en la nieve y le gritaba a los guardias que le impedían salir: “Abajo Lituania. Abajo Lituania”.

Asegura que la incertidumbre sobre la situación legal y el régimen de confinamiento provoca que muchos de los emigrantes allí terminen padeciendo trastornos nerviosos, por ello acude cada mes a llevarle ropa y comida a los cubanos que estén allí.

Comentó que actualmente hay cuatro cubanos detenidos en el lugar. Tres en el régimen cerrado y uno en el abierto. Indicó que dos de los que permanecen en el cerrado ya padecen de trastornos nerviosos y han debido ser tratados con electrochoques.

“Hay un cubano que se araña, se muerde, mete la cabeza contra los cristales y ha intentado cortarse las venas. A él le han dado ya corriente. Hay otro cubano que le han dado corriente tres veces. Ese se ha puesto más mal todavía. Y el otro va por el mismo camino”.

Ese tercer caso que menciona Acosta Rodríguez es el esposo de Geisy Aparicio, quien con su pequeña hija, ya tiene orden de deportación y están desesperadas. Han sobrevivido gracias  la ayuda de familiares y amigos.

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En Lituania, los migrantes con orden de deportación pueden llegar a pasar 18 meses detenidos en espera de ser devueltos a sus países de origen. A pesar de todo lo que han tenido que vivir desde que dejaron la isla, “no quieren regresar a Cuba”, afirma Acosta Rodríguez.

Otra vez

Hace siete meses, antes de que le llegara la orden de deportación, Acosta Rodríguez decidió irse de todas formas a España, y empezar de cero, con el propósito de obtener la residencia de ese país y llevar, al fin, una vida en paz.

Once años pasaron antes de decidir retomar su rumbo original. El mismo tiempo que lleva sin ver a sus hijos. Los dejó al cuidado de su hermano. En ese entonces, el menor tenía 8 años y el mayor, 15. No los ha vuelto a abrazar, pero los llama tan frecuentemente como se lo permite su bolsillo.

“Mami, aquí no hay futuro de nada”, le dicen cuando hablan por un teléfono inteligente cuyas aplicaciones de mensajería lo han cambiado todo.

Sus hijos también quieren irse de la Isla, son hombres y ya uno la hizo abuela. Por ellos no pierde la esperanza. No se arrepiente de nada. No volvería a Cuba.

“A veces digo: ‘No debería’, pero después digo: ‘No’. Si ya yo pasé por todo lo más malo, ¿qué más malo podría pasar?”, asegura confiada.

Redacción Cubanos por el Mundo

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