Yo soy lo que se dice “un tipo con concepto propio”. ¡Desde niño! ¿O no han visto acaso mi sola ceja, ese bigote de encima de los ojos que me otorga un aspecto circunspecto único de serio hombre conceptuoso?
Infancia
Pues bien: un día nací. Y en un balance de palo mi madre insistía en arrullarme con canciones de Gardel, mas yo solo escuchaba las canciones infantiles normales, las de siempre, y les añadía un poco de mis innatas definiciones:
“Como el concepto no era chino,
un señor me lo cambió,
¡ay, concepto de mi chino!,
¡ay, concepto de jamón!”, por ejemplo.
Ya en la escuela primaria, me tocó una maestra gorda que se alimentaba de trabalenguas, y éramos los niños quienes debíamos llevarle más y más para que aquella gorda no se aburriera; porque si se aburría, entonces ella misma empezaba a componer y soltaba despiadados seborucos, como este, del cual surgirían luego versiones menos horribles:
“Mi actualizo está conceptualizado,
¿quién lo desconceptoactualizará?,
el que lo desconceptualice,
buen desconceptoactualizador de conceptos actualizados será,
y el repudio cederístico, por tanto, merecerá”, -nos gritaba la muy sádica, como diciendo “si lo quieren mejor, ¡menos jugar y más componer!”
Juventud
Durante la secundaria, mis primos y yo jugábamos a conceptualizar cosas. Cosas abstractas, como las palabras “cosa” y “abstracto”.
Sé que no suena normal, pero una vida adolescente sin Candy Crush solo la conoce bien quien la ha sufrido, y les juro que justifica perfectamente esta y otras actitudes juveniles.
Aún me acuerdo, por ejemplo, de Pavel y Miguelito sentados en el contén de la carretera, jugando a identificar las marcas de los carros durante una pila de horas seguidas, incluida esa hora que hoy en día llamamos Hora del Almuerzo.
También recuerdo a Yeilén, que un día por accidente metió en la aurika el casete de Marco Antonio Solís de su mamá, y luego puso a secar la cinta desparramada en la tendedera, y cuando la recogió y la enrolló de nuevo…, bueno, lo que sonaba ahí ya era casi casi una canción de Yoyo Ibarra.
Cuando llegó la mamá, y vio que le habían transformado a su Marco Antonio en Yoyo Ibarra…, se podrán audioimaginar el sonido de las galletas. Entonces la pobre Yeilén, desfallecida, respondió al ataque con la malapalabra más raquítica del mundo: “¡come-puta!”. ¿?
En tal contexto lógicamente uno prefería pasarse la tarde del domingo jugando con los primos a los conceptos. “¡Arriba caballero, un partidito en familia!”, y ahí mismo empezábamos a retarnos con definiciones cada vez más complicadas, hasta que llegamos a límites en que peligraba nuestra cordura.
Me sorprendí incluso ensayando definiciones extremas, como la de la palabra “a-quién-coño-se-le-ocurre-definir-en-ley-la-actividad-de-un-mecanógrafo-mierdero”, o “Martí-dijo-que-Todos,-y-Todos-significa-Todos,-y-si-no-fue-así-ya-no-me-gusta-Martí”, o esta otra, la más difícil de todas: “por-qué,-Aduana,-por-qué”.
Adultez
Logré fundar una familia bajo el concepto de sostenerla económicamente por mis propios medios, a una altura aceptable para la época, a través de prácticas estrictamente honradas, lo cual explica por qué no pude hacer nada más durante esta etapa. Ni siquiera tuve tiempo de desarrollar hermosas definiciones.
Vejez
Yo estaba tranquilo, en lo mío, que es fundamentar cosas abstractas, concentrado en la batalla retórica contra el nominalismo yanqui, y entonces viene él y me mete. Después me arrebata los papeles donde he escrito mis aportes a la conceptualización universal durante todos estos años, los rompe en pedazos, me saca su lengua verde y me dice que ya, que me rinda porque El Concepto ha sido realizado.
Primero te vas con la de trapo “qué bien, qué felicidad, al fin”. Y luego dudas si debes alegrarte con un ¡Urraaa! o con un ¡Yihaaa!
Lo que sí te queda claro es que ¡Azúcarrr! no es el allegro adecuado, porque El Concepto no está muy dulce que digamos, y tampoco contiene vestigio alguno de tus aportes, y ahí mismo te enteras que te has pasado la vida conceptualizando cosas por gusto y pa’ na’.
Por eso mismo decido que me suicido; por muerte por ahorcamiento.
Díganle a Patricio que lo quiero, y alguien, por caridad, que se haga cargo de él. Es un perrito muy obediente y no vomita la mortadella.
Firmado en Cuba, a la sombra nutritiva de la moringa más grande.