En Cuba no hay tantos policías como inspectores. El ataque al desarrollo económico es mucho más fuerte que el ataque contra el hampa. De allí que es fácil ver que quedan impunes los atracos en los patios de las casas, pero muy difícil que a un cuentapropista le perdonen algún pequeño detalle en su negocio.
Y es que para eso está hecho el sistema. El régimen lo vende como la oportunidad de “combatir las ilegalidades” y “poner orden dentro del caos”, pero la verdad es que es un mecanismo, para presionar y acorralar el emprendimiento por ser contrario al estado ideal de sumisión y dependencia que deben tener los ciudadanos en medio de una dictadura comunista.
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“Siempre hay una multa que imponer”, asegura una inspectora que pide no sea revelada su identidad, y a quien se le denomina Yadira en la reseña de Cubanet.
“Ya yo sabía que era como una mafia porque por mucho que la gente se cuide, siempre hay motivos para poner la multa. Por eso no hay más remedio que estar en buenas con el inspector” reveló la mujer que estudió finanzas y que tuvo más de cuatro años trabajando como inspectora, en un municipio de la provincia de Matanzas.
El salario de estos funcionarios depende de las multas que impongan. Si no imponen una multa diaria, que es la meta mínima, su salario de 16 dólares al mes, se reduce. Si imponen dos, tres y hasta cinco multas diarias, su sueldo aumenta en la misma proporción. Pero sin importar el número alcanzado, lo que pueden cobrar por ello no alcanza para cubrir las necesidades básicas de una familia.
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Bajo esos términos es imposible negarse a la corrupción. La labor de estos “funcionarios del gobierno” es solo una fachada que asegura una entrada de dinero extra. Yadira lo sabía y conscientemente se involucró en ese mundo que por poco la llevó a prisión.
Sobornos
A ser inspector se llega haciendo un curso al que se tienen acceso pagando un soborno. El ingeniero mecánico Daniel con 15 años de graduado, dejó de ejercer su profesión porque apenas sobrevivía con su salario. En busca de algo a qué dedicarse que le permitiera comer, aceptó la invitación de un amigo a un “curso para inspectores” convocado por el gobierno provincial de La Habana hace ya seis años.
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Daniel le tuvo que pagar a su amigo 100 dólares para la matrícula, más otros 100 dólares para obtener las credenciales del Partido Comunista y de otras instancias del gobierno, que obligatoriamente deben tener el que se adiestra en este campo.
Con un salario de entre 15 y 25 dólares mensuales, en Cuba reunir 200 dólares representa un sacrificio descomunal, pero no para ser inspector porque la retribución en sobornos y regalos supera la inversión. Daniel en dos años como inspector lo que no logró en 15 como ingeniero y todo sin salir de su casa.
“Los primeros meses sí salía de la casa, pero después funcionaba sentándome a esperar por lo mío. Un día salgo, pongo un par de multas a un par de infelices y ya. Si alguien no quiere pagar, tiene que cerrar el negocio”, cuenta Daniel.
La teoría dice que el inspector trabaja al azar de acuerdo a las irregularidades que pueda observar en sus recorridos, pero en la práctica cada funcionario tiene sus casos y no se perjudican entre ellos, para que “todo el mundo salga ganando” menos el contrapropista.
Superior
Las multas y cierres se ordenan a discrecionalidad. Bien sea del inspector o de alguna autoridad local.
“A veces el gobierno local te pide que cierres tal negocio, porque el tipo les cae mal, porque la mujer de un dirigente está pegándole los tarros con el dueño de una paladar o porque existe un trato que el tipo no cumplió, por lo que sea, entonces eso se escapa de tus manos. Lo que hago yo es que aviso a los míos, les digo si está pasando algo y ellos hacen lo que tienen que hacer”, explica Daniel.
La palabra inspector es sinónimo de chantaje y estafa pero, además, de injusticia y oportunismo, producto de que el oficio se presta a la corrupción que muchas veces es la alternativa para sobrevivir en la crisis que atraviesa la isla.
Redacción Cubanos por el Mundo